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En mi trabajo como artista tomé como motivo de investigación hace ya veinte  años, como la geografía esculpe la identidad de quienes habitan en lugares intensos y poderosos, haciéndolos parte de su clima y territorio.
En mi última investigación llamada “Sincronía” exploro cómo las nadadoras pasan más tiempo sumergidas en agua que en tierra; el agua las esculpe, dejando marcas de vida. Ellas buscan pertenecer al agua,  y esto no deja de presentar un gran dilema porque ese universo puede ser tan bello como brutal.
Experimentar el nado en diversas circunstancias puede dar dolor y placer, puede entregarte un sentido de vida y a la vez matarte. El agua quema. Entrar a aguas gélidas o enfrentar un tsunami pueden destruirte, y sin embargo sienten el agua como un espacio de refugio.

Las dualidades me interesan porque en sus contrastes generan un equilibrio propio de su naturaleza. Yo pienso que esas nadadoras necesitan de esa dualidad del agua para su propio equilibrio. 
En mi caso, mi trabajo como artista me permite equilibrar mis propias dualidades expresadas como cineasta y escultora. La escultura y el cine son lenguajes distintos que me permiten reflexionar sobre su esencia como proceso y forma de representación.
La escultura es el encuentro con la materia, implica tocar, ensuciarse, involucrar el cuerpo en la acción de construir un nuevo cuerpo. Lo concreto de la escultura me entrega un peso, y crea presencia de lo que está ausente. Esto va en sintonía con la necesidad de tocar y asirse a algo frente a la incertidumbre. Es todo lo contrario a lo virtual. La escultura es cuerpo tangible y presente.
El cine es intangible; me entrega una representación de esos cuerpos a la distancia, deja grabada una memoria tanto espacial como temporal, aunque no lo podemos asir. Es también una vivencia fresca de ese momento efímero. El registro está desnudo y se defiende solo, y se defiende fuerte porque tiene la evidencia incuestionable del momento filmado. 

Estos dos registros me permiten sumergirme en la investigación del cuerpo humano en su espacio; la nadadora en su agua, el cuerpo como mundo, que pesa y se expresa desde sus propias limitaciones y expansiones, hasta su soledad (individuo) y su encuentro (fusión).
El juego de transitar de un lenguaje a otro genera una sinergia; me ha permitido trabajar desde mi necesidad como artista de generar memoria desde esta dualidad tangible (escultura) e intangible (cine).